
La letra callejera
Leer la ciudad desde la tipografÃa nos permite observar las diferentes maneras de expresarse de los ciudadanos.
Andreu Balius | Julio de 2012 |
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Lisboa. Rótulo de peluquerÃa realizado en madera recortada. Foto: Andreu Balius. |
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Paisaje tipográfico urbano
Las calles son un espectáculo, un escaparate de la vida ciudadana, por donde fluye diariamente el ir y venir de la gente. En ellas se demuestra la vitalidad de una ciudad. Como espacio relacional –lugar donde se establecen relaciones–, la ciudad requiere de elementos que la hagan comprensible para quienes la habitan, sus usuarios.
Las letras que encontramos en sus calles, por ejemplo, proporcionan los significados que permiten comprenderla en sus niveles más básicos: desde la rotulación para la señalización y organización de sus espacios comunes a la identificación de los diversos locales comerciales y negocios. La rotulación ejerce una importante labor comunicativa que permite al ciudadano –y al turista– relacionarse e identificarse con el entorno.
Las letras de los rótulos no solo nos informan, también nos hablan acerca de las técnicas empleadas en su confección, de las preferencias tipográficas, las tendencias estéticas y los gustos de la gente; y, como no, de los contextos históricos y sociales. La capacidad expresiva y evocadora de la tipografÃa es capaz de ir mucho más allá de aquello que el propio rótulo o señal pretende informar. La letra, más allá de su función como vehÃculo del mensaje, nos atrae y emociona.
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Londres. Señalización callejera. Foto: Andreu Balius. |
Muchas de las letras que vemos reproducidas en estos rótulos se inspiran en los modelos tipográficos tradicionales, aquellos que forman parte de los catálogos de tipos para la impresión o de muestras de letras para la rotulación. Otras veces, son los diversos estilos caligráficos o el uso de determinadas herramientas aquello que acaba por determinar la belleza de sus formas. Se trata de un patrimonio gráfico realizado por manos muy diversas: rotulistas, artesanos, diseñadores gráficos, ilustradores y «artistas» ocasionales, en algunos casos.
Evolución de la rotulación comercial
Durante la Edad Media, los gremios de artesanos y comerciantes acostumbraron a establecerse por zonas. Para señalizar sus negocios, en una sociedad mayoritariamente analfabeta, estos artesanos o pequeños comerciantes acostumbraron a utilizar una muestra del producto que vendÃan o fabricaban como emblema de su negocio. A veces, una reproducción del objeto a gran escala servÃa para señalizar el establecimiento de manera que podÃa ser localizado a larga distancia. Esta es la manera más antigua de «rotular» y señalizar un determinado negocio, utilizando una muestra del producto –o una herramienta tÃpica de trabajo– como signo y sÃmbolo de la actividad. Estas representaciones icónicas, que más adelante adquirieron el valor de marca, fueron talladas en madera o forjadas en metal, por su carácter más duradero.
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Madrid. Rótulo luminoso. Recientemente desaparecido. Foto: Andreu Balius. |
Con la Revolución Industrial, el comercio de productos manufacturados experimentó un enorme empuje y los rótulos comerciales se plantearon como verdaderos elementos distintivos de los locales de negocio. Este fenómeno se dio en toda Europa occidental, aunque no se generalizó hasta finales del siglo XIX, época de grandes cambios y transformaciones en la mayorÃa de ciudades.
En la época Modernista, coincidiendo con el cambio de siglo, los artesanos y artistas contribuyeron a elevar el nivel de calidad de estos distintivos urbanos. Se emplearon técnicas tan diversas como el cristal pintado, el vidrio emplomado, la madera, el mosaico y la cerámica.
Décadas más tarde, las formas geométricas y modulares sustituyeron la organicidad de las curvas modernistas y los rótulos tomaron un aspecto más sobrio y minimalista. Los tipos de palo seco empezaron a generalizarse siguiendo las tendencias de la época.
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Madrid. Rótulo realizado mediante la técnica del vidrio pintado. Foto: Andreu Balius. |
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El paisaje actual
Desde finales del siglo XIX, la tipografÃa tomó la ciudad como espacio comunicacional. No solo señalizando sus negocios y tiendas sino incorporándose a la vÃa pública como medio informativo y persuasivo, a la vez. Los pocos rótulos que nos han llegado de esa época y que han sido restaurados o que se han conservado hasta hoy, muestran una calidad y maestrÃa que expresan ese periodo de apogeo y excelencia de la artesanÃa aplicada a la gráfica comercial.
Hay ciudades que han sido más cuidadosas que otras a la hora de cuidar este patrimonio artÃstico. El valor de lo viejo a menudo pasa desapercibido ante la tentación de lo nuevo.
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Madrid. Rótulo realizado en metal recortado. Foto: Andreu Balius. |
En la actualidad, a pesar de la invasión del vinilo y los prefabricados, todavÃa se diseñan rótulos utilizando las técnicas de rotulación tradicional y seleccionando las tipografÃas con mucho cuidado, intentando, de esta manera, dar al local un aire más vernáculo y añejo. Hay casos en los que un nuevo negocio ha querido mantener la vieja rotulación, restaurándola, aunque dicho negocio no tenga nada que ver con aquel que se identifica en el viejo rótulo. Este fenómeno demuestra un creciente interés por lo artesanal y, a su vez, cierta mirada nostálgica hacia el pasado.
El alfabeto está en la calle
Nuestras calles son, pues, un hervidero de voces –de colores y formas diferentes– que nos invitan a leer. Y son todos esos rótulos, letreros, carteles... que atrapan nuestra mirada los que constituyen buena parte del paisaje urbano que habitamos.
Leer la ciudad mediante el paseo y la observación puede ser una divertida actividad.
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Madrid. TÃpica rotulación realizada sobre mosaico. Foto: Andreu Balius. |
Leer la ciudad desde la tipografÃa nos permite observar las diferentes maneras de expresarse de los ciudadanos: los rótulos como señal de identidad de un determinado negocio, las señales como sistemas gráficos con voluntad universal, el graffiti como expresión social espontánea, los carteles como soportes de comunicación institucional... Podemos construir nuestro relato a partir de una lectura alfabética del espacio, buscando nuestro propio alfabeto entre la gran cantidad de propuestas tipográficas aplicadas a nuestro entorno. Ello no dejará de ser una interesante «deriva» tipográfica.Â
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