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William Morris: conciencia social y compromiso consciente

Hombre polifacético al más puro estilo renacentista luchó por la construcción de una sociedad que reuniera todas las condiciones de justicia, igualdad social y responsabilidad para con el medio ambiente.

 

Arnau Estela Marzo de 2012

 

William Morris. Ilustración de Vincent Moustache.

  

William Morris (1834-1896) fue un hombre polifacético al más puro estilo renacentista: escritor, traductor, diseñador, impresor, empresario y activista político fueron algunas de sus facetas.

 

«Ya en su primera juventud, Morris desprecia la sociedad y quiere alejarse de ella pero, en ese momento, no concibe ninguna posibilidad ni esperanza en un cambio.»
«Es sorprendente leer como hace más de cien años Morris hablaba ya del dominio de las grandes empresas sobre los gobiernos nacionales en un lenguaje que se nos hace muy familiar en nuestros días.»

Nacido en 1834 en el seno de una familia de clase alta, creció en el ambiente de los «triunfadores» de esa Inglaterra victoriana desde la cual se expandió la fiebre industrial a todo el mundo. Nunca se sitió cómodo en ese entorno y re­negó de su clase al tiempo que su preocupación por las nefastas consecuencias sociales y medioambientales producidas por el capitalismo crecía día tras día.

 

Primeras lecturas y conciencia social

 

Ya en su primera juventud, Morris desprecia la sociedad y quiere alejarse de ella pero, en ese momento, no concibe ninguna posibilidad ni esperanza en un cambio. Influenciado por el poeta romántico Keats entre otros, entra en rebeldía con la sociedad. Esta revuelta puramente romántica consiste en resistirse a aceptar sumisamente los valores impuestos, en liberar sus sentidos, abrir la mente e intentar evitar la opresión que la sociedad ejerce sobre él.

 

Más tarde entra en contacto con la obra de Thomas Carlyle y John Ruskin. Para Morris, el trabajo (sus formas y con­diciones) fue el elemento más importante e influyente para determinar el buen o mal funcionamiento de una sociedad. Aprende de Carlyle que el trabajo es la raíz de la vida pero, como éste, no entiende ni acepta que tenga que ser valorado según los criterios del mercado.

 

De John Ruskin asimila que el hombre accede a su propia humanidad a través del trabajo creativo y que la satisfacción en el trabajo está estrechamente ligada a la implicación emocional del trabajador en el proceso productivo. Estas ideas le abrieron la puerta al joven Morris para que se lanzara a buscar la mejor salida a la situación creada por la división y mecanización del trabajo.

 

A partir de ese momento, se empezó a acercar a las tesis socialistas leyendo las críticas del liberal John Stuart Mill al socialista utópico francés Charles Fourier, quien propuso un sistema cooperativo basado en pequeñas comunidades autosuficientes, llamadas fala­nsterios.

 

Cuenta Morris que, al principio, concebía sus pensamientos acerca de una sociedad justa de manera puramente utópica y no albergaba esperanzas en su materialización. En 1871 y 1873 viaja a Islandia, allí deja atrás defini­tivamente «la autocomplaciente melancolía del Romanticismo» que había marcado su primera revuelta interior. Ve el coraje de los duros hombres del norte para salir de situaciones mucho más complicadas que la suya y se avergüenza de su falta de valentía para encarar los problemas de la vida.

 

Activismo político

 

En 1883, después de darse cuenta de que los partidos tradicionales nunca van a hacer nada para arreglar la situación, acaba por aceptar que sus ideales son los socialistas y se une a la Democratic Federation. Endurece su activismo políti­co, hablando ya claramente de lucha de clases y de la necesidad de una revolución social. Sigue con su actividad política en la Socialist League, de la que fue fundador al abandonar la Democratic Federation por alguno de los «eternos e insalvables» problemas que fragmentan el pensamiento socialista.

 

Hasta ese momento conocía poco los textos de Marx y de otros teóricos comunistas, pero desde entonces, empieza un febril estudio de todos ellos. Aparte de Marx, se interesa  por Robert Owen y por los utópicos franceses.

 

En esos tiempos, Londres es un hervidero comunista. Además de ser la ciudad donde Marx y Engels han fijado su re­sidencia, allí se encuentran refugiados de la Rusia zarista, de la Alemania de Bismarck, miembros de la comuna de París y veteranos del Cartismo. Morris tiene contacto con muchas de estas personas y para él son una fuente de inspiración y de conocimiento.

 

En esa época, se da cuenta de que lo que mejor que puede hacer es intentar que el resto de la población sea consciente de las injusticias del capitalismo. «Propagar el descontento» se vuelve su objetivo y se dedica a ello en innumerables conferen­cias impartidas por toda Inglaterra.

 

Crítica social

 

Es sorprendente leer como hace más de cien años Morris hablaba ya del dominio de las grandes empresas sobre los gobiernos nacionales en un lenguaje que se nos hace muy familiar en nuestros días. Morris afirma en 1887 que las naciones han cedido todo el poder a las grandes firmas capitalistas. La función de los gobiernos se ha limitado a sofocar las revueltas obreras en el interior del país y a defender los intereses de estas corpo­raciones fuera de él, con la fuerza del ejército si esto se considera necesario.

 

Se vive en un estado de guerra permanente. Guerra comercial que acaba incitando a la guerra a sangre y fuego (de momento lejos de las llamadas por Morris naciones civilizadas) en una vergonzosa lucha por colonizar y destruir lo poco del mundo que aún queda por explotar. Lucha que, como profetiza Morris en Cómo vivimos y cómo podríamos vivir, acabará conduciendo a la Primera Guerra Mundial: «Ahora se da una desesperada “competencia†entre las grandes naciones de la civilización por el dominio del mercado mundial, mañana podría darse una guerra desesperada con ese fin».

 

En las naciones europeas se está incentivando un patrioterismo populista de muy fácil arraigo en las capas más desfa­vorecidas de la sociedad. Un mensaje interesado, lanzado para favorecer los intereses del comercio competitivo.

 

El estado de la sociedad es crítico: superpoblación de las grandes ciudades provocado por la gran cantidad de migra­ción campesina que han tenido que absorber, insalubridad por falta de infraestructuras, hambre, y una alarmante tasa de paro que hace muy difícil solucionar estos problemas.

 

Morris afirma que a los favorecidos por el capitalismo esta situación les interesa. Llama a los parados «el ejército in­dustrial de reserva» y dice que este ejército es indispensable para librar la guerra comercial. Las empresas tienen disponi­ble esta mano de obra barata y desesperada para cuando sube la demanda de su producto utilizarla antes de que otro les quite los pedidos. Evidentemente, cuando baja la demanda, todos a la calle otra vez.

 

Esto hace vivir al trabajador en un estado de angustia permanente, ignorando si mañana van a precisar de sus ser­vicios y con ello va a poder alimentar a su familia. Esta situación desencadena una tercera lucha o guerra. La guerra comercial promueve las guerras entre naciones y también incentiva la competencia entre los hombres por el trabajo, por su sustento.

 

El único consuelo de Morris es que todos estos despropósitos están abriendo los ojos a un grupo de gente que ve que la situación no puede seguir así, que hay que buscar una salida. El sufrimiento creado por estas injustas guerras les ha llevado a una mayor consciencia de clase y esta consciencia les ha de guiar a la lucha definitiva por conseguir la justicia social: la lucha de clases.

 

Al igual que ahora intentan hacernos creer, por aquel entonces  también se decía que los males de la sociedad eran necesarios e inevitables para el avance de la civilización. Pero él se niega a aceptar esta afirmación y nos hace reflexionar sobre si realmente merece la pena sacrificar tanto a cambio de tan poco. Afirma que es mucho más lógico construir una casa con piedras del campo de al lado que transportar materiales de otras zonas. ¿Se está avanzando más de cien años a nuestro actual debate sobre sostenibilidad? Es sorpresivo que en 1880, este autor hable en términos de lo que hoy llamamos «economía local» y que se considera un tema de actualidad.

 

Morris siempre recordó con nostalgia los parajes naturales de Inglaterra que el sinsentido de la brutal industrializa­ción había destruido. En la conferencia «El arte bajo la Plutocracia» del año 1883, hace un alegato ecologista en contra del avance de «esta plaga que se hace cada día más pesada y más envenenada sobre toda la faz del país».

 

Morris nos parece absolutamente contemporáneo cuando describe la nueva sociedad deseada por él. Avisa de que sus cimien­tos se basarán en la sencillez, en una vida simple en la que se tendrá que renunciar a ciertas cosas para poder vivir con más justicia y armonía con la naturaleza.

 

Y es que Morris se adelanta en más de cien años a debates que hoy están en el punto de mira de la más rabiosa actualidad como el de la importancia del cuidado del medio ambiente, el del consumo responsable y el de economía local, temas que hace tan sólo veinte años todavía eran ignorados por la inmensa mayoría de la población en los llamados países desarrollados.

 

Para saber más:

Calvera, A.: La formació del pensament de William Morris, Barcelona, Edicions Destino, 1991.

Morris, W.: Escritos sobre arte, diseño y política, Sevilla, Doble J, 2005.

Morris, W.: Cómo vivimos y cómo podríamos vivir, Logroño, Pepitas de Calabaza, 2004.

Thompson, E.P:: William Morris, de romántico a revolucionario, Valencia, Edicions Alfons el Magnànim, 1988.

 

 

Arnau Estela. Profesional de las Artes Gráficas. Estudiante del Grado en Diseño, en la Facultad de Bellas Artes de la Universidad de Barcelona. 



Tags: Personaje Histórico, Activismo, Historia del diseño, William Morris
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